sábado, 18 de abril de 2009

Egipto Antiguo

El Antiguo Egipto.

· En medio del desierto del nordeste de África surgió Egipto, una de las civilizaciones más espléndidas de la historia, cuyo desarrollo cultural dejó, entre otras cosas, monumentales obras arquitectónicas que hasta hoy se mantienen como el símbolo más distintivo de lo que fue la vida a orillas del Nilo.

El Egipto faraónico
Los arqueólogos dependen de las ruinas de monumentos y tumbas pero, también, de los jeroglíficos para conocer la historia del antiguo Egipto. La historia de la civilización egipcia se divide, de modo general, en Imperio Antiguo (2755-2555 a.C.), Medio (2134-1784 a.C.) y Nuevo (1570-1070 a.C.). El Egipto faraónico llegó a su fin tras su conquista por Alejandro Magno, rey de Macedonia.

Pueblos nómadas del norte de África, semitas del Asia y negroides del centro de África, agrupados en clanes, migraron y se instalaron a orillas del río Nilo, convirtiéndose en sedentarios y dedicando sus esfuerzos a la agricultura. Con el fin de aprovechar mejor la tierra, se agruparon en dos reinos: el Alto Egipto y el Bajo Egipto.
Cerca del año 3000 a.C., el rey Menes, del Alto Egipto, unifica estos dos reinos y fija como capital a Menfis, formándose el primer Estado en la historia de la humanidad.

Los egipcios fueron indudablemente un pueblo adelantado, que junto con desarrollar un considerable poderío territorial se anticipó a muchas actividades que conocemos hoy en día, como el arte, los cultivos o la astronomía.

Desde los inicios de su historia crearon una sociedad basada en la agricultura, aprovechando las bondades del río Nilo, que de no existir habría hecho imposible la existencia humana en ese lugar. Por lo mismo, el gran historiador griego Herodoto se refería a Egipto como el “don del Nilo”.

Este caudal nace en los lagos Victoria, Alberto y Eduardo, en el centro de África, donde el clima tropical provoca lluvias abundantes que hacen que el río sea caudaloso hasta su desembocadura en el mar Mediterráneo.

En los meses de junio y octubre se producen las lluvias tropicales más abundantes, por lo que el caudal del río aumenta enormemente. Cuando a finales de septiembre las aguas empiezan a descender, depositan el légamo fertilizante en las riberas del río, que los egipcios aprovechaban como zonas de cultivo. Ellos, luego de sucesivas observaciones, descubrieron que existía un ciclo que se repetía periódicamente, y que existía una notable relación entre la crecida del Nilo y el movimiento de los astros, lo que dio origen al año solar de 365 días.

Para que las crecidas del Nilo fueran bien aprovechadas, los egipcios tuvieron que construir sistemas de canales de regadío y barreras de contención, cuyo trabajo exigía de una gran disciplina colectiva que solo un gobierno fuerte podía imponer. Esta es la razón por la cual se dice que el río Nilo determinó la formación del Estado y la organización política del Antiguo Egipto.


Período predinástico
En esta época se inicia la división del valle del Nilo en dos zonas: la del delta o Bajo Egipto, y la parte septentrional del valle o Alto Egipto. Se reconocen aquí la presencia de culturas que vivían de la caza, la pesca, la ganadería y el cultivo incipiente de cereales. En la transición hacia el uso de los primeros metales se muestra un avance en las técnicas de elaboración de cerámica y en la fabricación de vasos de piedra, y el empleo de objetos de cobre forjado.
La cultura de Gerze, desarrollada hacia el año 3500 a. C., ocupó las técnicas metalúrgicas y la decoración de la cerámica. Hacia el 3300 a. C., la cultura nagadiense representó el tránsito hacia la época histórica.

Imperio Antiguo (3100-2160 a. C.)
A finales del cuarto milenio a. C., el rey Menes, procedente del Alto Egipto, unió a todo el país y fundó la primera dinastía. Desde entonces los faraones ostentarían el poder del Alto y Bajo Egipto.
En esta época se crearon y consolidaron las características específicas de la civilización egipcia, tales como la organización política, la escritura, la arquitectura y el arte, entre otras manifestaciones culturales.
Las primeras dos dinastías se denominaron tinitas, por tener su capital en Tinis, período en el cual se produjo un aumento en la prosperidad económica del pueblo egipcio. Con la III dinastía, iniciada hacia el 2686 a. C., la capital se trasladó a Menfis y los faraones iniciaron la construcción de las pirámides, que sustituyeron a las mastabas (construcciones en forma de pirámide truncada) como tumbas reales. En esta dinastía destacó el faraón Zoser, quien tuvo como consejero a un sabio llamado Imhotep, el primer científico conocido de la historia, que alcanzó renombre como médico, pensador y, en especial, como arquitecto al construir la pirámide de Saqara.

Pirámide escalonada de Saqqara
La pirámide escalonada del rey Zoser, de la tercera dinastía de Egipto, fue construida en Saqqara, necrópolis de la antigua capital Menfis, hacia el 2737-2717 a.C. Fue diseñada por Imhotep, el primer arquitecto conocido de Egipto, que más tarde fue deificado. Construida con caliza local, alcanza los 61 m de altura, fue la primera tumba monumental real y una de las estructuras en piedra más antiguas de Egipto.
Los faraones siguientes también quisieron tener sus propias pirámides, sobre todo durante el período de la IV dinastía (2613 a.C.), iniciada por Snefru y reconocida como la época de mayor esplendor de la civilización egipcia. En este período se produjo la expansión territorial al sur de la segunda catarata, se realizaron expediciones a Nubia y Libia, se impulsó el comercio marítimo en el Mediterráneo oriental; se inició la explotación de las minas de cobre del Sinaí y de las canteras de Asuán y del desierto nubio.
Snefru emprendió la construcción de la primera pirámide auténtica, sin escalones.


A su sucesor, Keops, se debe la construcción de la mayor de las pirámides en Gizeh. Kefrén, hijo de Keops, construyó otra más pequeña. La tercera de las grandes pirámides fue levantada por Micerinos. Pero este auge arquitectónico comenzó a decaer bajo las dinastías V y VI. En la V, iniciada hacia el 2494 a. C., se produjeron modificaciones en el modo de gobernar, como consecuencia de la influencia del clero de la ciudad de Heliópolis, que impuso la supremacía del culto al dios Sol.

Pirámides de Egipto
Situadas en la orilla occidental del río Nilo, en las afueras de El Cairo, las pirámides de Gizeh son el único testimonio de las antiguas siete maravillas del mundo que se conservan hoy día. Los egipcios erigieron las pirámides entre el año 2700 a.C. y el año 1000 a.C. como tumbas reales.

Durante la VI dinastía, el gobierno de Pepi II -quien asumió siendo muy pequeño- propició el traspaso del poder del faraón a los gobernadores de las provincias (nomos), lo que se manifestó en la proliferación de grandes tumbas privadas. Al final de este reinado, las invasiones de los pueblos asiáticos en el delta del Nilo y las revueltas populares sumieron al país en el desorden y la desorganización política.
Durante el primer período intermedio, comprendido entre los años 2160 y 2040 a. C., se sucedieron las dinastías VII y VIII en Menfis, la IX y la X en la Heracleópolis y la XI en Tebas; esta última se impuso en todo Egipto durante el reinado de Mentuhotep II, quien expulsó a los invasores del delta y reanudó el comercio con Asia y el sur de Egipto.

Imperio Medio (2040-1786 a. C.)
Los faraones de la XII dinastía consiguieron terminar con el poder de los gobernadores gracias al apoyo de los sacerdotes de Amón.

Sesostris III y Amenemhet III emprendieron expediciones militares contra los pueblos vecinos, extendieron la influencia egipcia al Cercano Oriente y a Nubia, e impulsaron el comercio, la minería y la actividad agrícola.

Estatua de Amenemes III
Esta estatua en granito de Amenemes III, que fue rey de Egipto desde 1842 a 1797 a.C., es representativa de la escultura del Imperio Medio de la historia de Egipto. Su realismo es característico del arte de su tiempo y contrasta con el canon más rígido y estilizado del Imperio Antiguo.

Entre los años 1786 y 1567 a. C se produjo una nueva desintegración del estado, que favoreció la invasión del pueblo asiático de los hicsos, quienes utilizaron caballos y carros de guerra -desconocidos por los egipcios- para imponer su poder.
Los faraones de la XVII dinastía de Tebas lograron vencer a los hicsos. Kamosis hizo retroceder a los invasores hasta su capital, Avaris, y su sucesor, Ahmés I, los expulsó.

Imperio Nuevo (1567-1085 a. C.)
Con Ahmés I se inició la XVIII dinastía. El faraón restableció el poder egipcio en el norte de Nubia y controló a la nobleza.
Amenofis I y Tutmosis I extendieron las fronteras hasta la tercera y cuarta cataratas, e iniciaron una nueva época de esplendor.
Con Tutmosis III el reino alcanzó su máxima extensión, y llevó el poder egipcio hasta el río Éufrates.

Los reinados de Amenofis II y Amenofis III mantuvieron el esplendor del imperio nuevo. Amenofis IV impulsó una reforma religiosa monoteísta centrada en el culto al disco solar Atón, cambió su nombre por el de Akhenatón, y trasladó la capital a Aketatón. Tutankamón, yerno de Amenofis IV, restableció los antiguos cultos, pero murió prematuramente y el general Horemheb se proclamó faraón, reorganizó el estado y combatió a los hititas.

Con Ramsés II, la ciudad de Tebas alcanzó una gran prosperidad. Se llegó a un acuerdo con los hititas tras la batalla de Qadesh y se restauró el esplendor de Tutmosis III. El último faraón poderoso de la XIX dinastía fue Menefta, quien se enfrentó exitosamente con los pueblos del mar.

Ramsés III, de la XX dinastía, rechazó a los invasores y consiguió algunos años de paz.
A fines del segundo milenio, Egipto había perdido su poder y prestigio en el Cercano Oriente. Mientras, en el interior del país, nobles y sacerdotes acaparaban las riquezas en medio de una generalizada situación de pobreza.

Una mujer que fue faraón

Durante el Nuevo Reino, la gran expansión del imperio egipcio fue llevada a cabo por una única dinastía de faraones que gobernó aproximadamente 250 años. Solamente en dos ocasiones, durante la fecunda historia de esta familia tebana, se produjeron tensiones y crisis. La primera fue producto de la ambición de una terrible mujer, la reina viuda Hatshepsut. Después de la muerte de su esposo, en 1504 a. C. aproximadamente, Hatshepsut se convirtió en regente de su joven hijastro y sobrino, Tutmosis III. Una vez instalada en el trono, Hatshepsut asumió las funciones, los distintivos e incluso las vestiduras de un faraón, y gobernó durante casi veinte años.

Templo de Hatshepsut
El templo de Hatshepsut consta de una tumba de piedra y un templo mortuorio construidos hacia el 1478 a.C. en Dayr al-Bahari, cerca de Tebas. Fue diseñado por Senmut, el arquitecto real de la reina Hatshepsut. Está formado por tres terrazas sobre columnatas conectadas por una gran rampa.

Uno de los más notables acontecimientos del pacífico reinado de Hatshepsut fue una expedición naval a tierras somalíes, de la que volvieron con mirra e incienso, y también con marfil, ébano, pieles de pantera y oro, la exótica mercancía del interior de África. La expedición se conmemoró con relieves en el templo funerario de Hatshepsut en Tebas.

Tras el reinado el Sheshonq I, fundador de la XXI dinastía, el imperio quedó dividido y fue ocupado por distintos pueblos, entre ellos libios, etíopes y asirios. El rey asirio Asurbanipal conquistó Tebas en el 663 a. C.
Psamético I, fundador de la XXVI dinastía, expulsó a los asiáticos y se proclamó faraón de todo Egipto, estableciendo la capital en Sais, cerca de la cual surgió un asentamiento de comerciantes griegos denominado Naucratis.
El faraón Ahmés protagonizó un último momento de auge comercial a mediados del siglo XVI a. C. Su hijo, llamado Psamético III, fue derrotado en el 525 por el rey persa Cambises I, quien convirtió a Egipto en una provincia del imperio persa. Durante este período la cultura egipcia se proyectó en el Mediterráneo oriental, especialmente en Grecia y Judá.

Obelisco de Luxor
Los egipcios tallaban sus obeliscos a partir de un monolito de granito rojo, y los emplazaban por parejas a la entrada de los templos. Este obelisco formaba parte del gran templo de Amón, en Luxor.
LA RELIGIÓN EGIPCIA
Los egipcios fueron un pueblo tremendamente apegado a los mandatos divinos. Su religión se desarrolló a lo largo de unos tres mil años, en los que escasamente recibió alguna influencia externa. Para ellos, la concepción del mundo estaba dada por la idea primigenia de un caos que amenazaba con volver a ocurrir, siendo la voluntad de los dioses la única forma de mantener un equilibrio, y la razón por la cual la religión -de características rituales- buscaba asegurar el favor divino y la vida después de la muerte.
Antes de que se produjera la unificación de Egipto (3100 a. C.), en el valle del Nilo existían numerosos cultos y dioses locales, que por lo general se representaban bajo la figura de un animal o mezclando esta con la de un ser humano. Sin embargo, al quedar todo bajo un mismo imperio, los faraones se presentaron como la encarnación del dios Horus, hijo de Osiris y de la diosa Isis, pero no se suprimieron los cultos locales. Así, el dios Ptah era el creador de la mitología de Menfis; y Atón, relacionado con Ra, el dios Sol, en la de la Heliópolis.
La predominancia de uno u otro dependía más que nada de cuestiones políticas. Así, los faraones tebanos de la XVIII dinastía impusieron a Amón en todo Egipto y lo identificaron con el dios solar Ra, venerándolo como Amón-Ra, único creador de la vida. Amenofis IV cambió a Amón por Atón y excluyó las divinidades locales. Después de su muerte se repuso nuevamente a Amón y volvió el politeísmo oficial. Tras la conquista de Alejandro Magno, la religión egipcia adoptó algunas formas griegas.
Durante el imperio antiguo, solo el faraón era iniciado para la vida futura. Al morir se convertía en Osiris, y su hijo encarnaba al nuevo Horus como administrador del orden establecido por los dioses.
La vida después de la muerte era considerada como parecida a la existencia terrena. Por esta razón, a los difuntos se les enterraba con elementos de uso cotidiano y alimentos. Las pinturas dibujadas dejaban constancia de cómo habían sido sus costumbres.
Asimismo, amuletos y conjuros eran depositados para proteger al muerto de los peligros que lo acecharían en su próxima vida.
Culto a los muertos y la construcción de pirámides
Para los egipcios, la preocupación religiosa se extendía después de la muerte. De aquí el culto sumamente especial y fervoroso que rendían a los difuntos. Este pueblo creía firmemente que, después de morir, el alma del hombre viviría feliz solo si se daba un tratamiento especial al cadáver para preservarlo de la corrupción. De esta manera, perfeccionaron el proceso de conversión llamado embalsamamiento, por el cual convertían los cadáveres en momias que colocaban en sarcófagos. Estos se decoraban con mayor o menor suntuosidad, dependiendo de la jerarquía social del muerto.
En la tumba se depositaban diversos objetos que, se creía, el difunto podría necesitar o echar de menos en la otra vida. Aves y gatos, entre otros animales, eran también embalsamados para servir de compañía a los hombres en su viaje al otro mundo. No podía faltar la inclusión de un papiro en el que se enumeraban las virtudes y buenas obras del difunto, con la finalidad de que fuera juzgado indulgentemente por Osiris, el dios de la otra vida, en el tribunal de los muertos.

Las pirámides constituían las tumbas más fastuosas e imponentes, pues en ellas se daba sepultura a los faraones. Las más importantes son las de Keops, Kefrén y Micerinos. Participar en la construcción de estos monumentos y de los templos era para los egipcios un acto de profundo significado. Toda la tierra de Egipto y su pueblo pertenecían a los dioses, y en particular a Horus, a quien, según se creía, el faraón representaba sobre la tierra en el transcurso de su vida. Las funciones de Horus consistían en mantener el orden total del universo, establecido en el momento de la creación, y que abarcaba no solamente la estructura social y política de Egipto, sino también las leyes de la naturaleza, el movimiento de los cuerpos celestes, la sucesión de las estaciones y la inundación y estiaje (nivel mínimo de un río) anuales del Nilo.
La edificación de las pirámides ha sido objeto de admiración para todas las generaciones posteriores. Consideradas como una de las siete maravillas del mundo antiguo, representan una obra de ingeniería que aún hoy constituiría un reto tratar de igualar
PRINCIPALES DIVINIDADES
Al principio todo en el mundo era agua y caos, hasta que apareció Amón-Ra, que ordenó todo y creó al resto de dioses. Primero creó a sus hijos, Shu (dios del aire) y Tefnut (diosa del agua), que a su vez engendraron a Nut y Geb. Sin embargo, Nut (diosa del cielo) y Geb (dios de la tierra) se casaron en secreto, y cuando Amón- Ra se enteró decidió separarlos y condenar a Nut a que no pudiera tener hijos. Thot (el creador del calendario) tuvo piedad de ella, y sobre el año oficial de 360 días creó cinco más no oficiales para Nut. Así, Nut pudo tener a Osiris, Isis, Nephtys y Set.
Anubis: tenía cabeza de chacal, y era el encargado de embalsamar a los muertos. Al nacer fue abandonado e Isis lo adoptó como suyo.
Osiris y Set
Osiris era el dios de la agricultura, y enseñó a los egipcios el arte de la siembra. Era un dios muy querido, salvo por su hermano, Set, dios del desierto y de las cosas malas. La envidia le hizo matar a Osiris y tirar su cadáver al Nilo. Isis, hermana y esposa de Osiris, fue en busca de los restos para darle vida nuevamente. Con la ayuda de Anubis y de Thot, Osiris volvió a la vida.
Isis: era la hermana y esposa de Osiris, y se la representaba con un trono sobre la cabeza. Tenía poderes de curación.
Horus: era el hijo de Isis y Osiris, y tenía cabeza de halcón. Era el dios del sol, de la medicina y de muchas cosas buenas. Cuando vengó a su padre expulsando a Set, él tomó su sitio preferente en el panteón.


Arte egipcio
El arte egipcio está ligado ante todo con la religión. De hecho, los únicos monumentos que han perdurado hasta hoy son templos y tumbas; y las esculturas y las pinturas que encierran son casi siempre como un complemento de la arquitectura.
Los monumentos más antiguos que se conocen son tumbas. Las del primer período son la pirámide y la mastaba. Subsiste un centenar de pirámides, pero las tres más grandes son las de Keops, Kefrén y Micerinos, que tienen respectivamente 146, 138 y 44 metros de altura.
La mastaba, de dimensiones menores, era un edificio en forma de tronco de pirámide de planta rectangular construido en piedra o ladrillo. Contaba en su interior con una capilla funeraria, un recinto tapiado que guardaba todas las estatuas del muerto, y un foso lleno de arena que finalizaba en la cueva donde reposaba la momia. De la época tebana han quedado ruinas grandiosas en Karnak y en Luxor, en el asiento de la antigua Tebas.
No está bien establecida la naturaleza del simbolismo que preside las construcciones funerarias, pero es probable que representaran al morador del templo (o de la tumba) participando simbólicamente en el proceso mismo de la creación o en los ciclos cósmicos, muy especialmente los del Sol. Ese símbolo se expresaba en la planta y diseño de templos, así como en la decoración de muros y techos.
Los artistas egipcios empezaron a pintar los muros de las tumbas de los faraones con representaciones mitológicas y escenas de las actividades cotidianas, como la caza, la pesca, la agricultura o la celebración de banquetes. Igual que en la escultura egipcia, predominan dos rasgos: las imágenes, más conceptuales que realistas, presentan los rasgos anatómicos más característicos, combinando las vistas frontales y de perfil de la misma figura; y la escala de las figuras indica la importancia de las mismas. Así, el faraón aparece más alto que su consorte, hijos o cortesanos.
Las esfinges
Además de las pirámides, existen otros monumentos que caracterizaron a la civilización egipcia, las esfinges. La más importante de ellas es la esfinge de Gizeh, que se sitúa junto al camino que conduce a la pirámide de Kefrén. Este monumento mide cincuenta y siete metros de largo y representa la figura de un león con cabeza humana. Se dice que esta esfinge podría tratarse del rostro de Kefrén, perteneciente a la IV dinastía.

La escritura egipcia
El conocimiento exhaustivo del antiguo Egipto comenzó cuando Napoleón I Bonaparte llevó consigo científicos para estudiar el país durante la campaña de 1798. El descubrimiento de la piedra de Rosetta (un bloque de basalto, ahora en el Museo Británico), que presentaba una inscripción en escritura jeroglífica, demótica y griega, permitió a Jean François Champollion descifrar en 1822 los jeroglíficos egipcios y a partir de ese momento se pudieron leer las inscripciones de los monumentos
Los jeroglíficos son la forma más antigua de escritura del Antiguo Egipto. Los documentos más tempranos con inscripciones jeroglíficas datan del período predinástico, encontrándose la mayoría en objetos de piedra.
Este tipo de escritura era bastante flexible y se anotaba tanto en filas como en columnas. Casi siempre la dirección de los signos podía ser cambiada; es decir, los textos podían ser escritos de izquierda a derecha y viceversa.
La estética del texto era un importante criterio para la colocación de los signos. Por lo mismo, los antiguos egipcios intentaron eliminar los espacios vacíos en el texto.
El estudio de los jeroglíficos determinó que podían dividirse en dos categorías: signos con un valor pictórico, llamados ideogramas, y signos con valor fonético, denominados fonogramas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario